lunes, 18 de junio de 2007

Valentina Cabrera

Por Valentina Cabrera

Pienso y luego hablo
La comunicación, está en todas partes. Es innato. Nace con nosotros. Desde el minuto que somos bienvenidos a la vida, nuestros primeros gestos, significan comunicación con la madre. El llorar y patalear, hasta pequeños ruidos, Las manos, nuestros ojos, todo es comunicación.
Sin embargo, como todo en la vida, ésta tiene dificultades que debemos ser capaces de superar. El idioma que se nos enseña, no sólo se transmite por el sonido que hace el aire a través de nuestras cuerdas vocales o por gestos en el caso de los mudos. Las letras que conforman las oraciones, también tiene una faceta escrita.
El gran mal que hoy nos ataca como sociedad, es que no sabemos escribir, y me adhiero a ello. Para poder escribir de buena manera y correctamente, es necesario adquirir ciertas herramientas en la infancia (herramientas que no tome muy en serio cuando debí). La lectura.

Las primeras palabras escritas datan de 1.500 años a. de C. Y por esta larga línea del tiempo, han surgido grandes generaciones de escritores. Donde su legado es infinitamente enriquecedor. La palabra, la buena palabra, se adquiere leyendo. Nuestra sociedad cada día lee menos. Entiende menos. Le interesa menos.

También, piensan menos. Para poder utilizar las palabras adecuadamente y conformar un texto que sea coherente y posea cohesión, el escritor debe razonar, ingeniar la forma de emplear las palabras y ser así un artista.
Pintar sobre aquel lienzo blanco, llamado papel, las letras y con sombreros sobre sus cabezas y zapatos en sus pies que permitan detenerlas cuando estén cansadas o necesiten respirar.

El idioma, es eso. Es aquella arma mortal, que nos da inmortalidad. Nosotros podemos ser pasajeros en este mundo, sin embargo, un buen escrito que cumpla con todas las normas idiomáticas, puede perdurar perenne.


Si no leemos, no entendemos. Si no escribimos, desaparecemos. Es necesario asumir nuestras debilidades y enfocarnos en aquello que nos permite la convivencia, la comunicación. Las letras y las palabras son las protagonistas y las fallas ortográficas las antagonistas de nuestra comunicación. Las dudas son bienvenidas, siempre y cuando su afán sea matar, y de forma brutal si se quiere, la ignorancia. El que no nos importe estar equivocados, es lejos el peor mal que nos podemos hacer. La lectura es fundamental, el escribir y releer para poder corregir y corregirnos es vital.

Andrea Navarro

Por Andrea Navarro

La mansión embrujada

John era un joven aficionado a las novelas policiales. Desde pequeño había soñado con llegar a ser un gran detective, y para ello fundó su propia entidad, una asociación secreta que se dedicaba a la prestación de servicios al FBI.
En Atlanta, su ciudad natal, estaba ocurriendo un suceso extraño. Cada vez que llegaba alguien a la famosa mansión de Gregory Rice, poeta muerto a causa de una extraña anomalía, las puertas y ventanas se azotaban sin cesar. Según los vecinos, por las noches se escuchaban tormentosos gritos de auxilio, pero al intentar ingresar a la casa, un sinnúmero de libros levitaba.
El miedo se había tornado algo habitual en las casas aledañas a la mansión Rice. Diversos equipos de peritos habían intentado descubrir qué era lo que realmente estaba ocurriendo en el sector, pero tras varios años de análisis, abandonaron la investigación por falta de pruebas. Ya nadie estaba preocupado del porqué sucedían ciertos fenómenos paranormales.
Pero fue precisamente en ese momento, cuando Secret liderados por John, entró en acción. Los cuatro jóvenes que integraban la incipiente organización, siguieron las órdenes dadas por el aspirante a detective.
Recolectaron todo tipo de testimonios. Entrevistaron a los vecinos. Buscaron información sobre la historia del barrio. Pero, sin lugar a duda, la prueba de fuego fue haberse encerrado durante dos semanas en la mansión Rice, con el objeto de comprobar en carne propia, las quejas de los vecinos.
La primera semana, dos de los jóvenes que integraban la asociación Secret no pudieron soportar las fuertes vivencias que tuvieron en la mansión, por lo que decidieron abandonar el lugar. La ofuscación de John por la cobardía de sus compañeros, llegó a tal punto que decidió echar al resto del grupo. Se quedó solo.
Una noche, John escuchó la voz de un hombre que provenía de la chimenea. Trataba de descubrir quién le hablaba, pero cada vez que se acercaba, un libro volaba del estante rojo hacia su rostro. Pasaron los días, y la situación se volvió algo habitual, hasta que el joven, husmeando la biblioteca del hogar, encontró el texto que lo había atacado en varias ocasiones. Empezó a leerlo y gran fue su sorpresa al enterarse, que había sido escrito por Gregory Rice. Se titulaba “Cómo me asesinaron”. Curioso nombre, pensó. El puzzle se empezaba a armar. Gregory Rice, no había muerto de una anomalía como se pensaba.
El libro explicaba cómo su ex esposa Lady Rice, lo había torturado hasta verlo desangrarse. ¿La razón? Una supuesta infidelidad del vate.
John, inmediatamente llamó al FBI. Estos, investigaron la prueba reveladora y llamaron a una vidente, quien sin haber escuchado el testimonio del joven, relató exactamente lo mismo que él.
A pesar de que la carrera investigadora de John llegó hasta aquel día, porque tras su experiencia, decidió dedicarse a la poesía, en Atlanta es recordado como un joven temerario. Quizá el más grande de todos.

Ignacia Pinto

Por Ignacia Pinto

El valor de las palabras

No hay nada más importante que las palabras. Estas han sido mis grandes compañeras de vida. Y a pesar de estar constantemente con el ser humano, han influido en mí más de lo que yo creía.
A través de éstas he podido expresarme tal cual soy, sin poner caras lindas para caer bien o no quedar mal; sólo ser yo. Generalmente, me cuesta decir lo que pienso de manera clara a viva voz, pero con las palabras, lo hago sin problemas.
Han estado conmigo en momentos de gran plenitud: para escribir a mi mamá, que siempre, como gran madre, se ha sentido orgullosa de cada palabra que le he dedicado; expresarle a mi hermana la gratitud por haber traído al mundo a un niño tan lindo y especial al mundo; desearle suerte y transmitirle mis experiencias a mi hermana menor en la vida; declarar mi amor, mandarle mensajes a mis amigas en clases, cuando estaba prohibido.
Pero, como grandes amigas, también han estado cuando he pedido perdón; cuando quería expresar mi pena por la separación de mis papás; cuando peleo con mi mamá; cuando tengo rabia con el mundo y no queda nada más que las palabras.
No concibo, pero respeto a la gente que no le gusta escribir. Creo que sin esta habilidad, que adquirí de mis padres (que a pesar de no seguir una carrera relacionada con las letras, las aman) muy pocas cosas son posibles; son una parte esencial de nuestra vida.
Aún recuerdo cuando mi papá compraba el diario cada fin de semana, y con mis hermanas nos lo peleábamos. Porque nos encantaba la idea de conocer realidades alternas. Esto hizo que muchas veces, como una niña con inmensa imaginación, quisiera escribir un libro con mis aventuras y travesura; como alcanzar algo de mi manera o simplemente contarle al mundo mis experiencias de vida. Y todavía lo sostengo, porque creo que todos podemos, a través de las palabras, entregar a la humanidad algo que influya en sus vidas. Tal como dice aquel cliché tan cierto: Mientras lo que se trató de compartir haya sido recepcionado por otro y haya influido en aquella persona, se puede declarar la misión cumplida.
Si vemos más allá de los eventos ocurridos en mi vida con respecto a las palabras, no podríamos establecer relaciones de ningún tipo, porque necesitamos expresar más allá de las palabras oralmente expresadas para decir o dar a conocer algo.
Es por todo lo anterior que elegí la carrera de periodismo, para que el lector cuente con algo más que la propia realidad y que siempre tenga a mano la idea de utilizar las palabras cuando, como yo, se sienta de alguna manera que no puede expresar, o todo lo contrario; querer compartir todo.