lunes, 18 de junio de 2007

Valentina Cabrera

Por Valentina Cabrera

Pienso y luego hablo
La comunicación, está en todas partes. Es innato. Nace con nosotros. Desde el minuto que somos bienvenidos a la vida, nuestros primeros gestos, significan comunicación con la madre. El llorar y patalear, hasta pequeños ruidos, Las manos, nuestros ojos, todo es comunicación.
Sin embargo, como todo en la vida, ésta tiene dificultades que debemos ser capaces de superar. El idioma que se nos enseña, no sólo se transmite por el sonido que hace el aire a través de nuestras cuerdas vocales o por gestos en el caso de los mudos. Las letras que conforman las oraciones, también tiene una faceta escrita.
El gran mal que hoy nos ataca como sociedad, es que no sabemos escribir, y me adhiero a ello. Para poder escribir de buena manera y correctamente, es necesario adquirir ciertas herramientas en la infancia (herramientas que no tome muy en serio cuando debí). La lectura.

Las primeras palabras escritas datan de 1.500 años a. de C. Y por esta larga línea del tiempo, han surgido grandes generaciones de escritores. Donde su legado es infinitamente enriquecedor. La palabra, la buena palabra, se adquiere leyendo. Nuestra sociedad cada día lee menos. Entiende menos. Le interesa menos.

También, piensan menos. Para poder utilizar las palabras adecuadamente y conformar un texto que sea coherente y posea cohesión, el escritor debe razonar, ingeniar la forma de emplear las palabras y ser así un artista.
Pintar sobre aquel lienzo blanco, llamado papel, las letras y con sombreros sobre sus cabezas y zapatos en sus pies que permitan detenerlas cuando estén cansadas o necesiten respirar.

El idioma, es eso. Es aquella arma mortal, que nos da inmortalidad. Nosotros podemos ser pasajeros en este mundo, sin embargo, un buen escrito que cumpla con todas las normas idiomáticas, puede perdurar perenne.


Si no leemos, no entendemos. Si no escribimos, desaparecemos. Es necesario asumir nuestras debilidades y enfocarnos en aquello que nos permite la convivencia, la comunicación. Las letras y las palabras son las protagonistas y las fallas ortográficas las antagonistas de nuestra comunicación. Las dudas son bienvenidas, siempre y cuando su afán sea matar, y de forma brutal si se quiere, la ignorancia. El que no nos importe estar equivocados, es lejos el peor mal que nos podemos hacer. La lectura es fundamental, el escribir y releer para poder corregir y corregirnos es vital.

Andrea Navarro

Por Andrea Navarro

La mansión embrujada

John era un joven aficionado a las novelas policiales. Desde pequeño había soñado con llegar a ser un gran detective, y para ello fundó su propia entidad, una asociación secreta que se dedicaba a la prestación de servicios al FBI.
En Atlanta, su ciudad natal, estaba ocurriendo un suceso extraño. Cada vez que llegaba alguien a la famosa mansión de Gregory Rice, poeta muerto a causa de una extraña anomalía, las puertas y ventanas se azotaban sin cesar. Según los vecinos, por las noches se escuchaban tormentosos gritos de auxilio, pero al intentar ingresar a la casa, un sinnúmero de libros levitaba.
El miedo se había tornado algo habitual en las casas aledañas a la mansión Rice. Diversos equipos de peritos habían intentado descubrir qué era lo que realmente estaba ocurriendo en el sector, pero tras varios años de análisis, abandonaron la investigación por falta de pruebas. Ya nadie estaba preocupado del porqué sucedían ciertos fenómenos paranormales.
Pero fue precisamente en ese momento, cuando Secret liderados por John, entró en acción. Los cuatro jóvenes que integraban la incipiente organización, siguieron las órdenes dadas por el aspirante a detective.
Recolectaron todo tipo de testimonios. Entrevistaron a los vecinos. Buscaron información sobre la historia del barrio. Pero, sin lugar a duda, la prueba de fuego fue haberse encerrado durante dos semanas en la mansión Rice, con el objeto de comprobar en carne propia, las quejas de los vecinos.
La primera semana, dos de los jóvenes que integraban la asociación Secret no pudieron soportar las fuertes vivencias que tuvieron en la mansión, por lo que decidieron abandonar el lugar. La ofuscación de John por la cobardía de sus compañeros, llegó a tal punto que decidió echar al resto del grupo. Se quedó solo.
Una noche, John escuchó la voz de un hombre que provenía de la chimenea. Trataba de descubrir quién le hablaba, pero cada vez que se acercaba, un libro volaba del estante rojo hacia su rostro. Pasaron los días, y la situación se volvió algo habitual, hasta que el joven, husmeando la biblioteca del hogar, encontró el texto que lo había atacado en varias ocasiones. Empezó a leerlo y gran fue su sorpresa al enterarse, que había sido escrito por Gregory Rice. Se titulaba “Cómo me asesinaron”. Curioso nombre, pensó. El puzzle se empezaba a armar. Gregory Rice, no había muerto de una anomalía como se pensaba.
El libro explicaba cómo su ex esposa Lady Rice, lo había torturado hasta verlo desangrarse. ¿La razón? Una supuesta infidelidad del vate.
John, inmediatamente llamó al FBI. Estos, investigaron la prueba reveladora y llamaron a una vidente, quien sin haber escuchado el testimonio del joven, relató exactamente lo mismo que él.
A pesar de que la carrera investigadora de John llegó hasta aquel día, porque tras su experiencia, decidió dedicarse a la poesía, en Atlanta es recordado como un joven temerario. Quizá el más grande de todos.

Ignacia Pinto

Por Ignacia Pinto

El valor de las palabras

No hay nada más importante que las palabras. Estas han sido mis grandes compañeras de vida. Y a pesar de estar constantemente con el ser humano, han influido en mí más de lo que yo creía.
A través de éstas he podido expresarme tal cual soy, sin poner caras lindas para caer bien o no quedar mal; sólo ser yo. Generalmente, me cuesta decir lo que pienso de manera clara a viva voz, pero con las palabras, lo hago sin problemas.
Han estado conmigo en momentos de gran plenitud: para escribir a mi mamá, que siempre, como gran madre, se ha sentido orgullosa de cada palabra que le he dedicado; expresarle a mi hermana la gratitud por haber traído al mundo a un niño tan lindo y especial al mundo; desearle suerte y transmitirle mis experiencias a mi hermana menor en la vida; declarar mi amor, mandarle mensajes a mis amigas en clases, cuando estaba prohibido.
Pero, como grandes amigas, también han estado cuando he pedido perdón; cuando quería expresar mi pena por la separación de mis papás; cuando peleo con mi mamá; cuando tengo rabia con el mundo y no queda nada más que las palabras.
No concibo, pero respeto a la gente que no le gusta escribir. Creo que sin esta habilidad, que adquirí de mis padres (que a pesar de no seguir una carrera relacionada con las letras, las aman) muy pocas cosas son posibles; son una parte esencial de nuestra vida.
Aún recuerdo cuando mi papá compraba el diario cada fin de semana, y con mis hermanas nos lo peleábamos. Porque nos encantaba la idea de conocer realidades alternas. Esto hizo que muchas veces, como una niña con inmensa imaginación, quisiera escribir un libro con mis aventuras y travesura; como alcanzar algo de mi manera o simplemente contarle al mundo mis experiencias de vida. Y todavía lo sostengo, porque creo que todos podemos, a través de las palabras, entregar a la humanidad algo que influya en sus vidas. Tal como dice aquel cliché tan cierto: Mientras lo que se trató de compartir haya sido recepcionado por otro y haya influido en aquella persona, se puede declarar la misión cumplida.
Si vemos más allá de los eventos ocurridos en mi vida con respecto a las palabras, no podríamos establecer relaciones de ningún tipo, porque necesitamos expresar más allá de las palabras oralmente expresadas para decir o dar a conocer algo.
Es por todo lo anterior que elegí la carrera de periodismo, para que el lector cuente con algo más que la propia realidad y que siempre tenga a mano la idea de utilizar las palabras cuando, como yo, se sienta de alguna manera que no puede expresar, o todo lo contrario; querer compartir todo.

lunes, 30 de abril de 2007

Valentina Cabrera

“Parque Forestal”


Por Valentina Cabrera
Cuantas veces hemos transitado por las calles aledañas del Parque Forestal, sin darnos aún que sea un minuto para ver qué pasa allí. Cuando “miramos y no vemos”, ese lugar es sólo un pedazo de tierra con árboles y pasto, pero no es así. Este parque resulta ser el hogar de muchos artistas, vagabundo, niños que esperan encontrar la frescura en los días de calor sumergiéndose en las grandes fuentes de agua que ahí se encuentran, residencia de la vida bohemia donde el músico, escritor o amante de las letras puede sentirse acogido.

Para muchos, el parque de día, es zona de drogas, donde los jóvenes podían ir cuando no entraban a clases, donde existía un constante intercambio de mercancía de dudosa procedencia, y de noche, se transformaba en una especie de antro al aire libre donde el comercio sexual acompañado de hombres borrachos y agresivos eran lo común.


Hace unos cuatro años, este panorama ha ido cambiando. Los fines de semana, las actividades que se realizan allí, son atractivos para todo tipo de audiencia. El parque nos regala espacios libres, espacios sin fronteras, para que las personas que tengan algo que decir ó mostrar lo hagan sin tapujos, sin vergüenzas, pero siempre con respeto.

Las risas y las caras de los niños se iluminan junto a las de sus acompañantes, al ver payasos que pintan sus caras con algunos bigotes y narices similares a las de los gatos o ratoncitos y las maniobras humorísticas junto a mimos que, ofrecen sus rutinas, sólo por “amor al arte” o a cambio de unas monedas. Cheerleaders y organilleros, son los encargados de crear la música ambiental acompañado de un coro organizado por risas, donde la edad no es una condición para participar de esta. El parque Forestal, también es un centro de reunión, para quienes tienen como tradición ir y conversar ó ver el cielo. También es un lugar de reencuentro, donde aquellos que se fueron del país o de Santiago, se juntan en los cafés o bares cercanos a tomar algo, para contar sus anécdotas. Los jugadores de Ajedrez o Damas llenan con tableros profesionales o improvisados, los rincones más tranquilos del sector. Y las tradicionales “pichangas” demuestran un espíritu más bien de grupo que competitivo y agresivo.

El Parque Forestal, nos regala no sólo estos espacios artísticos, sino que lo hace dándonos un sin fin de rutas y bulevares para los amantes, para aquellos que van de la mano y se expresan a susurros.


No somos capaces muchas veces de alabar lugares como éstos. Sus actividades son invisibles para las personas que no se dan un minuto para observar lo que acontece. Este parque, este pedazo de tierra llena de árboles y pasto, no es sólo eso. Nos da intimidad, alegrías, nos da un espacio para explayarnos, ser quienes somos o quienes queremos ser aún que sea por unas horas.


La zona residencial no es de lo mejor, aún faltan muchos años para que sea un lugar exento de delincuencia, pero se está luchando para que sea considerado un área cultural apto para quien quiera desligarse por unos instantes de aquel mundo monótono en que nuestra sociedad vive.




Con el paso de los años se han ido descubriendo los espacios que el Parque Forestal mantenía escondidos.

martes, 24 de abril de 2007

Carla Mandiola

Historia de un vagón que era feliz
Por Carla Mandiola

Mi vida como vagón de la línea uno era bastante tranquila. Comenzaba mi trabajo a las 6:30 y terminaba a las 22:30. Éramos pocos en el trabajo, así que éramos muy unidos. Mi señora, una bellísima micro amarilla, me esperaba todas las noches con una cena recién hecha. Era feliz.
Pero todo lo bueno tiene un final. El 2005 nos informaron que cambiarían el sistema de transporte en Chile. Ahora seríamos parte fundamental del Transantiago.
Al principio todos los vagones del metro tomamos esto con calma y un poco de ansiedad. Mi mejor amigo Luís, un vagón de la línea dos, estaba contento porque se haría famoso y lo conocería más gente. Qué iluso era Luchito, no sabía lo que se nos venía encima.
En el verano de 2007 comenzó el famoso Transantiago. El primer día estaba muy nervioso porque sabía que mucha gente y hasta famosillos me pisarían. Empezamos bien; era verano y la mayoría de los santiaguinos estaban lejos de la capital. Pero el caos no tardó en llegar. Implementaron vagones nuevos, más grandes y brillantes, que serían la envidia de todos mis amigos. Aumentó notablemente la cantidad de pasajeros diarios, lo que traía más suciedad, vómitos, desmayos e inclusos chicles en mis asientos (en un mal día llego a los 30), las detenciones en la mitad del túnel son algo común, y yo le temo a la oscuridad.
El problema no era sólo en el ámbito laboral, el Transantiago afecto mi vida familiar. A mi esposa la pintaron ploma, lo que a mi me desmotivó mucho. Antes tenía un tostado fascinante, incluso algunos tatuajes, y ahora parece una oruga enferma. Estoy pensando en buscar una micro troncal para que sea mi amante.
Aunque debo admitir que no todo está mal. Salgo en los noticiarios todos los días y mi madre esta orgullosa de lo útil que soy. Mi horario de trabajo se extendió así que no tengo que ver a la elefante que tengo como esposa. Escucho conversaciones increíbles diariamente y siempre hay una anécdota que contar, incluso ahora soy la estrella en los asados familiares.

domingo, 22 de abril de 2007

Fernando Perez G.

Por Fernando Perez G.

Para los nuevos integrantes de La Escuela Militar General Bernardo O`Higgins, la entrega del espadín se convierte en el premio de reconocimiento que reciben a lo demostrado en su campaña de preparación. También, es el símbolo que los certifica como cadetes oficiales de la institución. Hay un antes y un después, y eso se refleja en lo rigurosamente organizada que está la ceremonia y la seriedad y orden en la que se desarrolla.

La ceremonia como tal, comienza puntualmente a las 19:00. Anteriormente, los padres se ubican en una posición privilegiada, que les proporciona una excelente vista al acto en sí y además, ayuda a que cumplan su rol en el evento: entregarles el espadín a sus pupilos.

Lo primero que llama la atención es la magnitud del evento. La llamada Guardia de Honor aguarda, frente a la puerta principal de la escuela, el ingreso del Comandante en Jefe del Ejército, General Oscar Izurieta F.

Antes de la entrada de los cadetes comienza a desfilar La Banda de Guerra, seguida por los Fusileros, que son integradas por alumnos de segundo, tercer y cuarto año. Todos estos grupos presentan armas al Comandante en Jefe, mientras de fondo suenan los acordes de la marcha “Parada de los grandes hombres”. Luego del saludo de este último, ingresa la actual promoción de cadetes. Con una increíble organización, los cadetes desfilan frente a sus padres, familiares, amigos y altas autoridades del Ejército y el país. Uno a uno, toman sus posiciones previamente delimitadas, con una postura erguida e imponente. El General comienza su discurso, donde hace reconocimiento a la acción formadora y ejemplar que vienen haciendo desde hace 190 años. Al concluir, los aplausos no pueden opacar el gran momento que se aproxima: Los padres le hacen entrega del espadín a sus hijos, dando a esta ceremonia, el toque informal y emotivo.


Cuando concluye esta etapa, el orden vuelve al lugar, dando paso al juramento de los cadetes, que éstos realizan con un sonoro y multitudinario “si, prometo”. Finaliza todo con el desfile de los nuevos cadetes oficiales y los demás grupos involucrados. Pronto cada uno de ellos podrá volver a su hogar, donde tendrán tres días para descansar y volver con energía a enfrentar el camino que ellos eligieron: La formación militar.


Una ceremonia a la que vale la pena asistir, por lo cuidado de su realización. Además tiene, para la gente que va a ver a algún familiar, un valor adicional. Si bien es un acto simbólico que se viene realizando hace mucho tiempo, nunca el Ejército se había abierto tanto al público masivo como ahora. Desde La Comandancia en Jefe de Juan Emilio Cheyre, muchas cosas cambiaron en el Ejército. Especialmente, la mirada errónea y apartada que la sociedad chilena tenía de la institución. Se abrió al pueblo, se conocieron sus estructura y su organización, además de la vida en sí que llevan los militares. De ceremonias como éstas, tan solemnes e importantes para el Ejército, no había mayor entendimiento, e incluso se veían como momentos que solo el cadete o la persona que pertenecía a la institución podían vivir. Hoy sabemos que esto no es así y que el Ejército está satisfecho con la apariencia que está mostrando. Una institución concebida para la gente, para su bienestar y el de la sociedad actual. Se deben aprovechar iniciativas como lo son la entrada liberada a estos memorables actos que, además de formar la opinión de la gente, son un bonito espectáculo.

María Fernanda Zúñiga B.

El Santiago Indigente.


Por María Fernanda Zúñiga B.


Después de un largo y ajetreado día, cuando el sol comienza a descender, los santiaguinos regresan a sus casas en busca de la tranquilidad del hogar y depositando todo el cansancio del día en un sueño profundo y reparador cuando ya está encima la noche. Pero el esquema de esa rutina se rompe en muchos sectores de Santiago, cuando cada vez hay menos personas en las calles producto del ocaso, salen a escena personajes peculiares en nuestra capital que muchos quisieran mayor dignidad para ellos, ya sea porque no les agradan o temen, porque “afean” esa cara bonita del Santiago a pocos años de su bicentenario o también por un mínimo de conciencia social hacia ellos. Son los vagabundos que habitan nuestra ciudad que vemos a diario, y que, tal vez de manera inconsciente, hacemos que pasen inadvertidos en nuestras vidas. Sé que no es culpa de las demás personas que ellos estén viviendo en esas condiciones, así como también sé que no está cien por ciento en nosotros el poder ayudarlos, pero no es un tema menor, y no se puede pasar por alto.

Tal vez nuestros prejuicios como ciudadanos sean problema en el momento de referirnos a ellos, pero también influye mucho en la existencia de “charlatanes” que sólo hacen que los capitalinos engloben a todos dentro de ese grupo de personas. Otro factor importante es el que la población piense que las personas indigentes están en esa condición por que son flojos o porque ellos se o buscaron. Ante eso hay que partir de la base de que hay que juzgar con fundamentos y si bien puede haber casos de ese tipo, también hay que considerar a los que quizás tienen una historia de vida muy diferente a lo que la mayoría nos podemos imaginar.

Cualquiera sea el motivo de esta situación tan indigna para ellos, debemos poner de nuestra parte, hay que pensar que nunca se sabe lo que nos podrá pasar mañana ¿y si nos viéramos por un momento durmiendo en una banca tapados con un cartón?

Valentina Ramírez Sainte Marie

“Me siento mal, ya no soy el mismo”

Por Valentina Ramírez Sainte Marie

Empecé a trabajar hace bastantes años en el servicio público, especialmente en el ámbito del transporte en la Región Metropolitana. Te cuento que Santiago es una ciudad muy grande, tiene lugares preciosos e importantes que tú tienes que recorrer, y en eso yo te puedo ayudar, ya que soy muy rápido y seguro trasladando gente; soy el metro.

Cuando partí con mi trabajo, me sentía increíble, porque ayudaba a mucha gente a llevarla a sus trabajos, colegios, universidades, o donde ellos quisieran. La gente era muy amable conmigo, me saludaban en las mañanas con un cariñoso “buenos días”, lo mismo pasaba en las tardes con un “buenas tardes” y en las noches con su respectivo “buenas noches”. Lo cortés jamás se les olvidaba, ya que siempre me decían “gracias” al momento de bajarse de uno de mis vagones. No tenía ningún problema con los pasajeros, teníamos una excelente comunicación, hasta que en febrero un nuevo tipo de transporte se instauró en Santiago. No entendía lo que era, nadie me había explicada algo. Me sentí rechazado porque me dejaron de lado, había modernizado las micros, ¿y a mí? No hicieron nada conmigo. De hecho, estaba cada día más perjudicado. Llegaba más gente al metro, mi metro, era tan querido, y ahora soy un desastre. Me informan que todo es por culpa de las micros, parece que es porque viajan muy lento y se demoran mucho en llegar a los paraderos. Y por esta razón acuden más a mí.

Estas últimas semanas me canso mucho trabajando, tengo que llevar a más gente, y ya no es tan simpática como antes. Hay muchos empujones, agarrones hacia las mujeres, y eso me pone triste porque se ha cambiado mi imagen. También hay desmayos, por culpa de la falta de aire y eso me tiene mal puesto que yo necesito aire para viajar bajo tierra y ya no hay tanto.

Realmente ya no soy el mismo, no me dan ganas de trabajar y eso por culpa de las micros que no están haciendo bien su trabajo. Aunque tengo esperanzas y fe, en que algún día todo vuelva a hacer como antes, las micros funcionando perfectamente y yo y mis pasajeros volveremos a tener una excelente comunicación para el futuro.

María José Sánchez

Comentario cultural


“Una noche con el teatro”

Por María José Sánchez


Para este comentario cultural, decidí hacer una crítica al teatro chileno, y para eso, fui a ver una obra al parque Arauco. Aunque éste no sea un teatro muy conocido, ni tampoco que llame la atención por las obras que tienen. Esta función en especial me atrapó, y para bien. Me di cuenta de que sí había teatro del bueno, me reí, me sorprendí del impacto actoral del protagonista y lo disfruté.


El pasado 31 de marzo a las 20.30 horas se presentó en el Teatro del Parque la obra llamada “City una noche en el fin del mundo”. Ésta trata de un monólogo protagonizado por Leonardo Prieto, el cual encarna cinco personajes que se desenvuelven paralelamente durante toda la obra.


La trama tiene comedia, suspenso y drama. Es una mezcla de sensaciones muy agradable, donde la hora y media de función uno se internaliza y se hace parte de los protagonistas y de la obra en sí. Es sorprendente la capacidad teatral del actor, impactante su buen desempeño en los cinco personajes.


Otro aspecto por mencionar es que su escenografía era muy simple, sólo existían juegos de luces y música de fondo en algunas partes que daba el toque exacto para llamar la atención al público, que no necesitaba más.


Por lo demás es interesante dar énfasis a cada personaje que interpreta Prieto. El primer protagonista de la historia se llama Sandro, un joven de 32 años aproximadamente que se compromete para casarse con su novia Sandra (papel que realiza el mismo actor). Además este hombre engaña a su mujer con la novia (Marta) de su mejor amigo (Martín) y mejor amiga de su novia. Entonces la obra se desata de cómo Sandro trata de explicarles a su amigo y a su novia que no los engañó con Marta. Ahora esto se presenta a base de “flash back” durante toda la función. Retrocede el tiempo y actúa en el presente.

Por otro lado, al llegar al final, el público pudo apreciar distintos desenlaces de la obra, porque Prieto interpretó cinco diferentes finales, que llegan a uno sólo confuso, extraño y misterioso.


La verdadera crítica que le podría hacer a esta obra es algo positivo. Fue interesante ver un monólogo, porque cuando alguien habla de este tipo de obras teatrales, por lo menos yo me imaginaba ver a una sola persona haciendo un mismo personaje, no interpretando a cinco. Entonces era admirable ver la cabida del actor desempeñando tan bien su labor. Cada personaje sacó su potencia, su protagonismo y sus características.


Pero la parte negativa respecto del tema, es que fue un poco confuso el final. No queda claro cual de los cinco fue el verdadero. Además las últimas escenas de la obra no fueron dialogadas, sólo expresiones del cuerpo y juego de luces, por lo que confundía al receptor lo que trataban de comunicarnos. Eso hace ser un final misterioso, confuso y extraño, tal como se plantea anteriormente.


Por último, sólo quiero decir que para este comentario cultural, fue un agrado tener que comunicar algo tan interesante y tan entretenido como fue ir al teatro a ver “City una noche al fin del mundo”. La recomiendo totalmente. Para el que quiera asistir, la entrada general es de $6000, estudiantes y tercera edad $4000. excelente obra teatral y por lo demás muy bien elaborada y presentada.

Ricardo Alcoholado

No fue el tiempo quien me puso amarillo

Por Ricardo Alcoholado


Encajar en la sociedad es algo muy difícil en estos días, sobre todo cuando a uno lo consideran como un objeto sin voz ni voto al respecto. Hace algunos meses que trato y trato de buscar gente, pero nadie me detiene para pasar parte de su vida conmigo.

Estuve conversando este tema de la profunda soledad con mis pares, eso de sentirse literalmente vacío, deambulando por la vida sin rumbo alguno, sólo por el placer de recorrer todas esas calles que son la historia de mi vida. No hubo una respuesta que pudiera saciar mi melancolía y mi deseo de estar con gente.

No sé por qué no me encuentran sociable, si lo único que hice fue relacionarme con personas. Toda mi vida la he dedicado a ellos, a todos los que me hacían sentir lleno. Quizá la estética sea mi problema. He tratado de ponerme a la moda para que se fijen en mí y deseen mi compañía, porque así es ahora, es una cuestión de que por más que me vean no me toman en consideración alguna. Me ven de distintas maneras, algunos con extrañeza, otros con una sonrisa cálida, esas que se les da a los viejos amigos con quien uno compartió mucho, pero que por alguna razón, ya no se ven.

Es un tema difícil, ¿saben? De vez en cuando quedo detenido en mi lugar, viendo cómo circulan frente a mí otros como yo, pero más lindos, más completos y mucho mejor adaptados. No me cuestiono a mí mismo sobre qué es lo que tienen ellos y yo no, porque las razones resultan evidentes a la vista. Ellos están a otro nivel.

Pero no es lo superficial lo que me preocupa. Está bien, soy alguien viejo que quizás no está al ritmo de esta sociedad, pero es ésta la que me preocupa. Yo me siento bien como soy, aún me muevo con ligereza y sigo con mi capacidad innata de orientación. Son ellos los que me hacen el quite, aunque haya algunos que dicen quererme, no hay nada concreto al respecto. Es lo malo de trabajar y dedicarte toda una vida a las personas. Éstas son muy cambiantes e interesadas. Te utilizan cual objeto. Se aprovechan, te manipulan, encuentran algo mejor y te desechan. Se creen los únicos superiores e inteligentes, desprestigiando hasta las cosas que han salido de su misma inteligencia para satisfacer su estupidez. Injusto, ¿no lo creen?

Es algo triste en realidad. Saber que uno ha sido tanto para ellos, o por lo menos eso creo yo, y no se acuerden de ti como deberían. Yo he estado en el crecimiento de muchos, por mí varios se reunían, incluso sin haberlo pactado previamente.

En mi momento de soledad y tristeza conseguí una sustancia blanca que me dijeron podría solucionar mi problemas, por lo menos momentáneamente. Era pintura. Así podía pasar como un Transantiago hasta que la pintura se saliera por si misma. Francamente, no tuve el valor.

Creo tener autoridad para decir que me siento vacío. No es un dicho que albergue mucha metáfora como en las personas. Ha sido difícil, lo sé. Sentirse solo, y lo digo en masculino, porque hay que saber distinguir que yo soy un microbús y no una micro, es algo que no le deseo a nadie. Quizás debí haberlo pensado antes. Ya saben, como dije los humanos son buenos para reemplazar las cosas por otras, incluso entre ellos mismos. Tal vez fue algo simbólico que hicieron conmigo. Me pintaron amarillo, como un recuerdo corroído por el tiempo, que queda en la mente. Puede ser que el blanco con verde simbolice algo a futuro…

Si bien mi vida fue en función de las personas, debo decir que me hicieron bastante daño. Ahora estoy vacío, aplicándolo en todos los niveles de la lengua. Me siento solo, errático, confundido ante todo lo que pasa frente a mí, esperando que alguien me recuerde. Sin querer, me humanizaron.

Simón Prieto

Uno Entre Muchos

Por Simón Prieto



¿Qué significa ser una micro del Transantiago? ¿es acaso una obligación que se nos impone al momento de ser ideados, que nos impide ser libres? Pareciera ser que eso es, una creación que cumple con ciertos fines, desechable, uniforme. Eso es una micro del Transantiago, pero hay un solo problema, nunca nos preguntaron si queríamos vivir así. Jamás se acercaron a ver si eso me gustaba, sólo me lo impusieron,- tú- , me dijeron- -C01, destinado a tal recorrido, ni un alegato o lo damos de baja-. Qué injusticia, es este mundo de las libertades yo fui el primero en perderla. Ni siquiera contamos con un gremio organizado, alguien que nos defienda, estamos totalmente solos, y sopor nuestra culpa. En todas las protestas somos nosotros los primeros en recibir el piedrazo, en ser quemados. Cuántos compañeros he visto perecer luego de una marcha o un acto de reivindicación. No es cómodo estar recibiendo patadas o combos cada vez que un pasajero necesita descargarse, ser objeto de rallados y burlas, o que lo tomen a uno por basurero. Ustedes no saben lo difícil que es sobrellevar esta pega, sentir esa inquietud cuando el chofer comienza a pisarnos para que avancemos, para que seamos útiles. La frustración de no poder hacer algo por si mismo, de ser “algo” y no alguien, de sentirse solo porque todos somos iguales, tan iguales que no nos diferencian. Y nadie se preocupa. A veces hasta ganas de suicidarse dan, de largarlo todo y hacer algo para acabar esto, que sé yo, corta los frenos, trancar la dirección, algo que me ayude, que me libere. Salir en las noticias y ser reconocido, quizás en un titular:

“Micro Transantiago, numero CO1, patente XX:XX:XX, impacta contra La Moneda provocando histeria nacional”. Pero no, algo me lo impide, me coarta. Debe ser ese maldito chip que nos pusieron, ese que sale “Made in EE.UU.”, y que no nos deja pensar, que nos tiene atado a sus intenciones, algo irónico, si consideramos que una máquina controla a otra maquina. Espero que alguna vez deje de funcionar, que se detenga y nos deje libres, a mí y a todos mis iguales, que nos deje actuar acorde a nuestros gustos y necesidades. Que nos deje ser micros independientes, sin ese apellido Transantiago